Al oído del Cristo

Poema de Gabriela Mistral, del libro Desolación.


I
Cristo, el de las carnes en gajos abiertas;
Cristo, el de las venas vaciadas en ríos:
estas pobres gentes del siglo están muertas
de una laxitud, de un miedo, de un frío!
A la cabecera de sus lechos eres, 5
si te tienen, forma demasiado cruenta,
sin esas blanduras que aman las mujeres
y con esas marcas de vida violenta.
No te escupirían por creerte loco,
no fueran capaces de amarte tampoco 10
así, con sus ímpetus laxos y marchitos.
Porque como Lázaro ya hieden, ya hieden,
por no disgregarse, mejor no se mueven.
¡Ni el amor ni el odio les arrancan gritos!


II
Aman la elegancia de gesto y color.
y en la crispadura tuya del madero, 15
era tu sudar sangre, tu último temblor
y el resplandor cárdeno del Calvario entero, [34]
les parece que hay exageración.
y plebeyo gusta; el que Tú lloraras
y tuvieras sed y tribulación, 20
no cuaja en sus ojos dos lágrimas claras.
Tienen ojo opaco de infecunda yesca,
sin virtud de llanto, que limpia y refresca;
tienen una boca de suelto botón
mojada en lascivia, ni firme ni roja, 25
¡y como de fines de otoño, así, floja
e impura, la poma de su corazón!


III
¡Oh Cristo! un dolor les vuelva a hacer viva
l´alma que les diste y que se ha dormido,
que se la devuelva honda y sensitiva, 30
cara de amargura, pasión y alarido.
¡Garfios, hierros, zarpas, que sus carnes
hiendan
tal como se hienden quemadas gavillas;
llamas que a su gajo caduco se prendan
llamas de suplicio: argollas, cuchillas! 35
¡Llanto, llanto de calientes raudales
renueve dos ojos de turbios cristales
y les vuelva el viejo fuego del mirar!
¡Retóñalos desde las entrañas, Cristo!
Si ya es imposible, si tú bien lo has visto, 40
si son paja de eras... ¡desciende a aventar!

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