Yo por yo.
No era la primera vez que viajaba. Antes ya había volado en avión, del cual lo que más recordaba era la maleta de dulces rosada, y la mochila Ladeco (esa empresa anterior a la era LAN), llena de lápices y libretas para dibujar. Siempre le gustaron mucho los colores; desde pequeña se sintió seducida por las tonalidades intensas y las formas llamativas. Dibujó mucho, recuerdo, siempre con más empeño que talento. Pero bueno, era una niña; la misma que mandaron al jardín a tempranos tres años para que no rayara más las paredes de su casa. Quizás tenía mucha energía, por eso siempre prefirió las pistolas a las muñecas. O los soldaditos, esos de plástico que vendían en una bolsita, como cualquier otro producto del supermercado de la esquina. Su mamá se preguntaba que si tanto gusto por lo masculino la iba a hacer rarita cuando grande. Sus dudas quedaron negadas con creces años después, pero ese es otro tema. Iba mirando por la ventana. Después de pasar unas tres horas sola con su hermano,