Fábula II (Valentía)

Somos cada día más cobardes. Se ensañan con nosotros diciéndonos que el amor no existe, que la felicidad menos, que nacimos y moriremos solos. Literatura, música, noticias, realidad ¿verdad? que nos refriega el fracaso de las utopías y el proyecto moderno. Entonces, nos volvemos armadura, de aire, de metal o de papel, según sea el caso. “Elija usted”, dice la vocecita interna que todo lo ve. Los hombres, haciendo apología a su testosterónica existencia histórica, suelen elegir metal. Estos hombres de metal creen que por serlo son más fuertes y poderosos, pero es sólo al final de su vida donde se dan cuenta de que invirtieron mucho más esfuerzo en tratar de aplacar el frío que les producía el metal, que en luchar por lo que pensaron que valía la pena.

Las armaduras de papel son mucho más cómodas. Protegen del clima, son amigables, pero no permiten mayor libertad de movimiento. Son muy apropiadas para aquellos afortunados que no necesitan hacer mucho más que existir, porque algunas vidas vienen sin problemas de fábrica. Tampoco son muy adecuadas para las batallas, pero en honor a la verdad, no todos los soldados son aptos para la guerra.

En cambio, nadie puede vestir completamente una armadura de aire. No porque no haya dispuestos a vestirlas, sino porque las demás armaduras no las toleran. Entonces, los caballeros del aire se disfrazan, mutan, se camuflan, en espera eterna de poder despojarse de sus disfraces frente a otra armadura de aire. Y es que finalmente, las vocecillas de las tres armaduras saben que es allí, en el espejo de aire, el lugar donde yace agazapada y expectante la valentía de toda la humanidad.

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