Social Media Day

Hace un par de semanas se celebró el día de las redes sociales. “Porque las redes sociales nos han cambiado la vida” –o algo parecido- rezaba el slogan de un evento gratuito que se haría en el barrio bellavista, transmitido por internet para el mundo. En twitter, mucha gente se estaba sumando a una convocatoria que ya había sido cerrada hace un par de días, por la capacidad del lugar del evento. Era tan fácil como llegar e inscribirse. Todo muy democrático, fácil y bonito.
No estuve convencida de ir, hasta que un amigo no nativo de las redes sociales, pero sí muy ñoño, me dijo que fuéramos. Si la convocatoria alcanzaba hasta más allá de los habitué de este tipo de eventos, debe ser algo interesante, fue mi conclusión. Luego vi la entrevista que el organizador (Juan Pablo algo, no recuerdo) dio en CNN Chile, y terminé de convencerme. Parecía ser un espacio genuino de encuentro entre personas que viven mediadas por la tecnología y la conectividad. Sin responder necesariamente a ese perfil, me pareció interesante. Además, para entrar, había que llevar un desecho tecnológico, como una forma de concientizarnos sobre nuestra huella de carbono –o algo así-. A esas alturas, ya quería ir, aunque todavía no tenía claro si era un carrete, una charla, o algún otro formato ideado por algún emprendedor y desconocido por mí.
Luego de un par de gestiones no muy formales, figuraba con mi novio y unos amigos dentro de la ex OZ cuando aún no comenzaba el asunto. Entre conversa y conversa, iban apareciendo los invitados estelares, mucho más amigables por twitter que en la vida real.
La cosa se empezó a poner cuática cuando entendí que de conferencia, encuentro o experiencia interesante el evento no tenía mucho. Las constantes referencias a los auspiciadores, el copete caro, y los auspiciadores de nuevo –ad infinitum- me hicieron sentir como voluntariamente encerrada en una especie de pecera, para ser parte de un experimento donde a los objetos de estudio los bombardean con estímulos publicitarios. Las gentes, la mayoría con smarth phones, era instada cada 1 minuto a twittear con hashtags relativos a marcas, con la posibilidad de ganarse jugosos premios. Modelos disfrazados, empleados por VTR, y unas conejitas playboy de la misma procedencia –aunque con mucho más estuco- me tenían pensando cada 3 segundos ¡¿qué mierda hago acá?!.
La sensación se volvía psicótica, cuando leía los tuits que mostraba una pantalla gigante, donde todos parecían estarlo pasando la raja. Porque para el resto del mundo en twitter, los que no estaban ni ahí y los que se quedaron con las ganas de entrar, el evento estaba que ardía. Pero la verdad es que una mirada alrededor bastaba para darse cuenta de que no, estaban todos sentados tuiteando, no conversando ni pasándola la raja. Porque yo lo paso bien sola sentada en el computador, pero escribiendo, viendo por la puta o escuchando música, pero no hablando por twitter con gente que está ahí, al lado mío.
Más importante que haber caído –ingenuamente- en la falacia de creer que de verdad allí podría encontrarme con alguien que me simpatizara de twitter, y conversar con él o ella, me sorprende la condescendencia del tuitero con sus auspiciadores o con todo lo que parezca hegemónico. Con estar de acuerdo a priori de ser utilizados como una forma de publicidad gratis para las empresas, y que eso, además, sea símbolo de estatus. Esos mismos que, en ataque de choreza, putean y trollean por internet, pero que si les ofrecen unas migajas, son capaces de hacer parecer un evento fome, penca y aspiracional como una gran, productiva e inspiradora experiencia. Dicen que la tecnología ha cambiado nuestras vidas, pero yo sigo viendo la misma hipocresía y doble estándar que han sido siempre parte de nuestra idiosincrasia.

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