Temuco, 1° de marzo de 2018

Desde ayer ando rumiando estas ideas en mi cabeza, pero siempre encuentro una forma de hacerle el quite a escribir. Tantas cosas importantes que me han pasado de las que no tengo registro. El 16 de enero supe que me vendría a vivir a Temuco a trabajar y no he escrito ninguna sola línea para mi al respecto. Es más fácil escribir por chat, ¿cierto? ¿Me pasará tan solo a mi? ¿O será un mal millennial?

Ha sido tal el ajetreo de estos días que, además de estar muy cansada, tengo miedo de lo que pase cuando pase. ¿Qué pasará cuando pase? No lo sé. Sí sé que cuando estoy en estos períodos de cambio -a los que la mayoría de las veces me meto voluntariamente- agarro vuelo y una parte de mi quisiera que esa inercia no pasara nunca. Escribir es hacer un alto en esa inercia. Es, tal vez, ponerle un paréntesis, lo que podría implicar que el rumbo de las cosas cambie. Por las decisiones. Siempre el pánico a las decisiones.

¿Cuándo decidí venirme? Mentiría si dijera que sólo fue por mi. Si bien llevaba años trasmitiendo que quería irme de Santiago, en mi fuero interno temo mucho que ya sea demasiado tarde para salir de ese movimiento. El costo de estar allá, en calidad de vida, es muy alto, pero también es muy valioso. La gente, las posibilidades, los momentos. Sin embargo, me dije a mi misma que tuve mucho de eso. Lo que probablemente sea cierto. Pero temo descubir que necesito vivir en mucho.

Mi vida se ha transformado por mis amores. Mis amores han sido muchos, la mayoría malos amores. Uno de ellos me trajo hasta acá. Cuando todo se precipitó, ya era demasiado tarde para retroceder. Una nueva época se abría para mi y negarme a ella, a pesar del mal de amor, no es algo con lo que me identifique. Pero ¿qué es aquello que nos identifica? A veces pienso que la siguiente idea es real: lo que entendemos de nosotros, nuestra personalidad, es aquello que desarrollamos como máscaras para tapar nuestros miedos más primarios. Tal vez yo no soy arrojada, sino temerosa, y alimento esa máscara para no sentir el dolor de esa herida primaria. Esto no lo digo yo, lo dice el eneagrama.

Logré sacar de encima ese mal de amor y depurar esta idea hasta algo que fuera solo mío. He evitado estar conmigo a toda costa y es fácil, tan fácil. Pero acá ya no tengo más donde ir. Lejos y más lejos. Estar en un lugar donde nadie te conoce. O casi nadie. Vivir anónimo. Llegar a la casa y mirar el techo. Optimistamente, mirar ese techo que has logrado pagar con tu trabajo y que es tuyo y de nadie más. A veces siento que vivo como si estuviera viviendo mi biografía, no mi vida. Intentando que el pasado sea armónico, o interesante, o contable. Siempre tengo algo que contar. Porque la pulsión por complacer y volcarse a los otros mueve más que lo que una pueda hacer sólo por uno. Tengo tanto más que decir de esta idea, pero siento que no se entiende. Que pocos entienden.

Estuve tan llena de amor y pasión mis últimas semanas en Santiago. Padecer esa ausencia ahora, aunque allá no los viera. Saber que estoy lejos de Valparaíso, que ya no es llegar y escapar. Saber que vienen muchos fines de semana de soledad y que probablemente trabaje más y mejor que allá. No saber si disfrutaré la vida acá o sólo será un período de sembrar. Extrañar sólo porque las ideas cambian, no las acciones. Todo está en la cabeza.





Comentarios

Entradas populares de este blog

Estética de la decadencia.